30.1.11

Historia de nuestra lengua

No siempre se lee por placer. Aun fuera de las obligaciones laborales y educativas, no siempre se lee por placer. El placer puede (debe, dirán algunos) estar presente en la lectura, pero no es siempre el primer motor inmóvil.

No recuerdo cual fue mi primer contacto con la lingüística. Leí a Saussure hace cuatro o cinco veranos, pero creo haber tenido alguna aproximación al tema antes de eso. Tengo muy presente la fascinación que me produjo el debate sobre el determinismo lingüístico, bajo las ideas de Sapir y Whorf. La noción de que el lenguaje condiciona nuestro pensamiento es al menos interesante y tiene algo de fatalista y poético. Pienso en dos amantes separados no por la sociedad, la política o las familias, sino por el lenguaje. Alguien con mas talento debería escribir algo al respecto.

Los lenguajes ideográficos se prestan particularmente a esta visión poética del lenguaje como molde. Cada nuevo ideograma que conocemos amplia nuestro vocabulario, extiende nuestro pensamiento, aleja un poco mas las rejas interiores al cráneo que nos confinan. Cabe pensar también en la decepcion de aquel que llega a la frontera, que conoce finalmente el ultimo ideograma.

No siempre se lee por placer y el idioma chino y los párrafos anteriores pueden ayudarnos. Por encima del lenguaje y su carácter restrictivo podemos imaginar en la cultura una estructura isomorfa, un segundo lenguaje en un nivel superior. Cada libro que leemos, cada fragmento amplia este segundo lenguaje que es la cultura, este compuesto elaborado que también nos limita y nos encierra constantemente. La historia de nuestras lecturas es la historia de nuestra lengua, esa segunda lengua que nos ata a los que nos precedieron, los que vienen.

No siempre se lee por placer. Se lee para poder decir mas, para poder traducir penosamente con palabras y fragmentos ajenos eso que llevamos adentro, anterior al lenguaje si es que acaso existe.